Casa abuela
Con el paso del tiempo, he notado que varios recuerdos de mi infancia han adquirido un color blanquecino, digo blanquecino porque parece que un velo los cubre por completo; no puedo tantearlos por completo.
Con el paso del tiempo, he notado que varios recuerdos de mi infancia han adquirido un color blanquecino, digo blanquecino porque parece que un velo los cubre por completo; no puedo tantearlos por completo.
Para que tú me entiendas:
Todo empieza con una historia de amor que, de golpe, acaba. Lo llaman tener el corazón roto porque duele lo mismo que caerse por las escaleras. No es metafórico, es físico: lo sientes en los músculos, en la sangre y los huesos. Esto que digo puede sonar presuntuoso, pero desde luego el dolor es. Existe, eso seguro.
Las reflexiones que tratan de sentar cátedra sobre la vida le generaban una gran incomodidad, un sentimiento a caballo entre la glotonería y la repulsa, como un chocolate con chorizo.
El abuelo cosía. El abuelo siempre siempre SIEMPRE cosía. Cosía las mochilas rotas, las
faldas que se compraban grandes y los peluches que se deshilachaban de los achuchones
que les dábamos.
Como tantas otras lectoras, me comí El cielo de la selva de un solo mordisco. Como tantas otras lectoras, me vi escondida y castañeteando dientes entre sus páginas. Por supuesto que nunca he estado en una selva caníbal ni me han convertido en perra enjaulada, tampoco he sido carnaza ni puta en un barrio caribeño. Pero, como tantas otras lectoras, he sentido el terror enroscado en torno a mí.
Vivir en el vacío de la posibilidad siempre me ha generado vértigo. Caminar sobre los límites de lo que pudo y nunca fue, retroalimentarme en la idea de todo lo diferente que podría ser mi vida…
El calor tiene unos efectos curiosísimos sobre la mente humana. O eso o es que esta ciudad se nos ha ido definitivamente de las manos.
—Tengo que matarlos, ¿me dejas pasar mamá?
—Mati, ya hemos hablado de esto mil doscientas veces, chico. Que son tus tíos y van a venir cuando quieran, ya lo sabes.