Telarañas

Telarañas

Estaba en Bilbao, en el museo Guggenheim, buscando una postal. Todas eran bastante feas. Pero buscaba una en concreto: la araña de Louise Bourgeois. Encontré varias, de diferentes ángulos y encuadres y escogí la menos horrorosa. Se la enviaría. Aunque ya no habláramos.

Maman. Así se llama la araña de Louise Bourgeois. Está fuera del museo, al lado del río, en el lado opuesto al perro gigante de flores de Jeff Koons. Tenía muchas ganas de verla, me gusta Bourgeois. Me parece una artista muy atrevida, sinuosa y excepcionalmente femenina. Siento que tengo mucho que aprender de ella.

Rodeamos el museo en su búsqueda y al encontrarla fui directa hacia ella. Sus ocho patas se clavaban en el suelo a modo de alfileres y construía con ellas algo como una pajarera para un ave gigantesca. Debajo de su cuerpo apelotonado vi unas huevas blancas que se asomaban por su abdomen rejado. Sentí que estaban tan por encima de mí, las patas peludas tan en punta estirándose hacia arriba, que ningún daño les llegaría jamás. Su mamá las cuidaba.

Bourgeois dice que las arañas son listas, pacientes, ordenadas, protectoras. Igual que su madre, dice. Por eso se la dedica, por eso lleva su nombre, Maman.

La madre de Bourgeois era tejedora, trabajaba renovando tapices en su taller. Todos los días se despertaba y se ponía a segregar seda para reparar agujeros y desgarros. Igual que una araña. ¿Era la madre de Bourgeois una mujer-araña? En verdad, yo creo que todas las madres lo son. Las madres son listas, pacientes, ordenadas, protectoras. Las madres cuidan, como Maman a sus huevas.

Las arañas, claro, tejen telarañas. Los humanos, hasta los que no sabemos tejer, también. Hago, deshago, rehago. Así describe su propia labor de artista Bourgeois. Compara el acto de dibujar con la labor de tejer: son maneras de organizar un espacio, de moldear el mundo según tus propios patrones, tu geometría. La escritura es un proceso de hacer y rehacer también. A veces siento que soy yo misma la que me deshago. Escribo y me esbozo sobre el papel y dejo una parte de mí ahí. Hago, a la vez que me deshago.

A veces, dos personas pueden tejer una telaraña juntos. A medida que van tejiendo, entre conversaciones y caricias, los filamentos van uniendo sus cuerpos, haciendo pegajosos los roces entre mano y mano. La telaraña los va envolviendo, apretando, juntando.

Llevábamos dos semanas sin hablar. Desde que regresó a Portugal. Su padre se estaba muriendo y había vuelto a cuidar de él. No solo las arañas cuidan, y tampoco solo las madres. Los hijos cuidamos también.

Los enfermos empeoran, mejoran, vuelven a empeorar, pero al igual que la araña se despierta y se vuelca a su labor reparadora con la mente en blanco, el que cuida debe ser paciente. Igual que la araña no se resiente con el viento, o con el dedo curioso, o con una libélula de alas forzudas, al que cuida nada le sirve enfadarse. No hay a quien culpar, la naturaleza es simplemente así –debes seguir cuidando, seguir tejiendo–. Pero, lo que pasa cuando cuidas de alguien que se va a morir, es que vas tejiendo una tela que se descose sola.

Me lo imaginaba solo, junto al cuerpo envejecido y raquítico de su padre y me costaba no llamarle. Sé que necesitaba un tiempo solo, sin mí y mis dramas. Lo entendía. Lo que había pasado es que habíamos tejido tantas telarañas juntos que nos habíamos ovillado muy fuerte el uno con el otro y nos estaba costando respirar. La seda es cinco veces más resistente que el acero del mismo diámetro. Hay que tener cuidado a qué redes te pegas, puede ser muy difícil salir.

A mí las arañas la verdad es que me dan bastante miedo. Si pienso demasiado en ellas cuando encuentro una repiqueteando perdida por mi cuarto, me entra un escalofrío que me baja por el cuerpo entero. La propia Maman es monstruosa, es enorme y fea. Pero aun así resulta asombrosa. Siempre es así, lo feo y lo bonito van de la mano, el dolor con el placer, el desasosiego con el amor.

Tengo un tatuaje de una telaraña en el hombro. Tirados en la cama, desnudos uno encima del otro, me chinchaba y me preguntaba que porqué me había hecho eso si las arañas me daban asco. Le sigo queriendo. Y sé que él a mí. Pero el amor es como una telaraña también. El amor se hace. El amor se deshace. Lo que más cuesta es volverlo a rehacer.

Cojo un boli y titubeo sobre el reverso de la postal. ¿Qué escribo? ¿Me hago, o me deshago? Apoyo la mano. Por las telarañas que hicimos, y por todas las que vendrán.

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