Traducirla habría sido sacrílego

Traducirla habría sido sacrílego

Es Navidad. He recibido una postal. Tiene el nombre de una ciudad en letras grandes mayúsculas en una de las caras así que ya sabía de quién era antes de girarla. Qué perspicaz. Pero antes de poder ver esa primera cara lo que pensé fue: J. Quién va a ser si no. Antes nos enviábamos cartas. Luego paramos, porque nos vimos en persona y descubrimos que lo que de verdad nos gustaba era contarnos las cosas frente a una botella de vino, o porque las cosas que nos pasaban empezaron a adquirir una trascendencia que no era sencilla de escribir en unos cuantos folios. O porque nos gastábamos una barbaridad de dinero. Seguramente fuera esto último. El caso es que paramos y dejamos de ser como las de L’une chante, l’autre pas. Y ahora cuando nos vemos no nos da tiempo a contarnos nada porque cuando te ves con alguien a quien estimas y hace siglos que no ves no quieres perder el tiempo poniéndote al día. Eso no es importante. Lo verdaderamente importante es reírse de cosas banales, volver a contar las mismas historias una y otra vez y decir muchas bobadas.

El otro día me reencontré con mis amigas de la infancia y lloré de la risa. Por la noche, cuando ya se habían ido y estaba en la cama incubando un buen resfriado, me di cuenta de que hacía mucho que no lloraba de la risa. Hacía mucho que no podía parar. Fue como desprenderse de algo pesado, fue como un masaje en el pecho. Lloré de la risa porque me sentí en casa y en casa —esté donde esté eso— se puede llorar de la risa y ponerse fea y dejarse ir. Casa es donde no te sientes juzgada.

Me cuesta mucho hablar de la amistad porque no puedo darle forma. Cuando escribes en el móvil amor, el teclado te sugiere el símbolo de un corazón hecho con dos manos. Cuando escribes amistad no hay sugerencias. No hay emojis que la abarquen.

Otra diferencia: la amistad es silenciosa, el amor es ruidosísimo. Cuando haces una nueva amiga das por hecho que es lo normal, algo que se hace muchas veces de formas diferentes; cuando te enamoras crees que tu sentimiento es único en el mundo y tienes ganas de gritar a los cuatro vientos: lo mío es diferente, nadie antes ha sentido algo igual que lo que estoy sintiendo yo.

Es fascinante el momento en el que te das cuenta de que te has pillado por alguien y también aquel en el que consideras a una persona tu amiga. Pero en ambos casos cuando te percatas de ello ya vas tarde. En ese momento el «hecho» ya es pasado. Ya llevas un tiempo sintiéndolo. Pero cuándo empezó. Cuando fue el momento exacto en el que ese sentimiento se creó es imposible saberlo. Eso me fascina de verdad. No había nada y, de repente, sí. No había nada y, de repente, hay algo. Esa persona no era nada en tu vida, no pensabas en ella, te daba igual verla que no y, de repente, te importa. De repente dejas de pensar en ti misma durante un tiempo y le haces hueco a otro. ¿Es eso el amor, la amistad, relacionarse? ¿Hacer hueco en tu cabeza para alguien más?

No quiero terminar con «la amistad es…». No quiero definirla. No quiero reducirla, ni sintetizarla, ni abreviarla. Prefiero dejar que siga expandiéndose con el tiempo, cambiando de apariencia, perdiéndose a veces, encontrándose otras, terminándose y volviendo a nacer.

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