Fruta Podrida, Lina Meruane

Fruta Podrida, Lina Meruane

¿Somos dueños de nuestros cuerpos hoy en día? ¿De nuestras decisiones? ¿De nuestras circunstancias? ¿Cómo nos influyen los constructos sociales?, ¿el sistema en el que estamos envueltos? Lina Meruane en Fruta Podrida pone la cuestión de la autonomía sobre la mesa.  

Zoila y María son hermanas que viven en un pueblo agrícola de Chile llamado Ojo Seco. Son dos piezas completamente diferentes dentro del sistema. María es quien intenta desesperadamente ser parte de él; Zoila quien lo transgrede. 

Es interesante la concepción del cuerpo y su relación con el sistema predominante que hace Meruane. La economía neoliberal ha manchado todos los aspectos de la sociedad, se caracteriza por un control de la intimidad y por incentivar la predominancia del individualismo. Todo se vuelve negocio, todos se vuelven máquinas de producción potencialmente explotables.

María sigue el esquema que supuestamente debe. Se esfuerza, estudia, logra un puesto de trabajo relativamente importante, ahorra, está a punto de que le den el ascenso que tanto espera. Es la encargada de erradicar químicamente las plagas en una exportadora de fruta. Todo parece perfecto, pero Zoila tambalea el equilibrio que había logrado su hermana. Por un defecto. Por una mancha en medio de tanta pulcritud. Zoila padece una enfermedad degenerativa que la consume por dentro, que la pudre. María no tiene otra alternativa que desenfocar su atención dirigida exclusivamente al éxito para cuidar de ella. Tiene que esforzarse por encontrar una cura. En su aparente equilibrio y control perfectos, la enfermedad de Zoila es una fruta podrida entre tantas frescas, brillantes y crujientes. Su enfermedad es una plaga que María se propone eliminar. 

Zoila es la representación de un fallo en el sistema, de una pieza defectuosa. El sistema, por tanto, hace todo lo posible por mejorarla, por perfeccionarla. Por utilizarla para que nadie más en un futuro resulte deficiente. Quieren apropiarse de su cuerpo, experimentar con él. La única forma que tiene de transgredir ese sistema, de apoderarse de su propio cuerpo e identidad es abrazar la enfermedad que padece. No quiere tratarse, no quiere someterse a procedimientos médicos experimentales que podrían (o no) curar su enfermedad: «La enfermedad es mía, no dejaré que me la quiten». Zoila ve su enfermedad como la única salida, como la forma de ser dueña de sí misma. 

Fruta Podrida también refleja las opciones reales que ofrece un sistema extremadamente individualista y capitalista como lo es el neoliberal. Cuando eres un peón más dentro del juego, las opciones que tienes se limitan a la miseria o la extrema miseria. Y cuando estás desesperado aceptas la menos mala. Cuando tus opciones son comer un trozo de pan durante un día completo en vez de ninguno, eliges el trozo de pan. En algún punto dejas de cuestionártelo, te haces parte de la máquina y de sus engranajes, y ya casi no te queda tiempo entre el trabajo de jornada completa, los cuidados del hogar y lo poco que te queda para descansar, para cuestionarte que ese trozo de pan no te satisface. Como dicen las temporeras de la exportadora de fruta: «Cómo no va a ser mejor tener un sueldo miserable, un sueldo de hambre, que no tenerlo; cómo no va a ser preferible ser la absoluta jefa del hogar; y tener derecho a salir y a compartir con otras mujeres en vez de estar encerradas días y noches en la casa».

María se desliga de la clase que la vio nacer, se niega a seguir el mismo camino de trabajadora explotada que su madre. «Por fin gozaremos de privilegios. Me los he ganado, Zoila, con el sudor de mi frente y meses de trabajo, años de sacrificio, dice, secándose los labios. Privilegios por fin, ¿me oyes?, pri-vi-le-gios». Al centrarse únicamente en su éxito individual representa la esencia del neoliberalismo. 

Por medio de estos personajes antagónicos, de una narrativa polifónica, descripciones crudas y diálogos íntimos, Lina Meruane logra que nos cuestionemos el panorama actual. Que repensemos nuestra relación orgánica con el resto del funcionamiento social. Pero también nos deja esa amargura de que cuando elegimos luchar contra lo establecido, nos alejamos de la presunta seguridad que nos ofrece el sistema y nos volcamos en la incertidumbre: en no saber cómo va a desarrollarse la enfermedad que hemos elegido padecer.

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