Un interludio sereno
El agua se tragó a Sully una tarde de verano. Una catástrofe sin mucho artificio. No gritó, no pidió ayuda. Aceptó su destino sin más.
El agua se tragó a Sully una tarde de verano. Una catástrofe sin mucho artificio. No gritó, no pidió ayuda. Aceptó su destino sin más.
A pesar de que en la casa tan solo vivíamos Ada y yo, a la hora de cenar siempre había que poner doce platos y juegos de cubertería en la mesa. Una vez sentadas, dejaba de ver sus iris color marrón y oía su bendición.